domingo, 16 de septiembre de 2012

Homenaje a Víctor Jara




Vida y lágrima







La vida se argumenta en una lágrima, 
se aferra al desencuentro, 
se agita como fuego y prolonga sus angustias. 
Es trágica a pesar de la comedia, 
de los sueños lapidados en la arena, 
del silencio que golpea nuestras ansias.

Es tiempo en la premura de la lluvia, 
es viento compulsando la ternura.
Tiene nombre, camina sigilosa entre serpientes,
descubre sentimientos sepultados,
cobija cartas torturadas,
esgrime sueños reprimidos en proclamas.

La vida tiene rostro en cautiverio,
es la grieta que sepulta soledades,
que argumenta y destierra carcajadas.
Es un tiempo comprimido
al armazón sonoro de mis huesos,
es viento que se encumbra,
es rabia contenida.

Dirán entonces, que estamos condenados
al oprobio,
al furioso martillar de la mentira,
a la infamia abultada de calumnias
y a los odios que destilan los mediocres.

Y a pesar de todo, la vida tiene rostro,
es canto subversivo en la penumbra,
es grito arengando en la jornada.



Pintura Eurosurrealista
Viktor Safonkin
República de Moldavia
1967

domingo, 2 de septiembre de 2012

Las Cárceles del Emperador Décima Edición



En la década del 90 se vivió en el Perú una guerra fratricida que algunos quieren ocultar su impacto en la vida nacional; los cientos de muertos y desaparecidos son el claro testimonio de lo cruento y abominable de esta experiencia que enlutó muchos hogares y puso en las cárceles a muchos inocentes, acusados sin razón de terroristas y/o de colaboradores con el fenómeno senderista. Nadie puede negar que el terrorismo de Estado ha tenido como protagonistas visibles de las políticas represivas a dos personajes innombrables: Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. De esta experiencia se nutre la novelística de JORGE ESPINOZA SÁNCHEZ.   (A.V.A.N)



LA NOCHE INMENSA DE LA PRISIÓN

Tulio Mora

Otra manera de entender la historia es por el empecinado inventario que levantamos, día a día, desde que descubrimos ese congelamiento del tiempo, que es la escritura, para vindicar nuestros irreparables duelos. Por eso siempre han existido escrituras peligrosas para el poder que tiembla ante ellas. Y es que su perennidad se debilita frente a las precisiones de sus adversarios y/o sufridores a medida que la memoria de estos se vuelve en su incómodo acompañante, en su sombra imborrable, en su revés siamés. No en vano, en tanta variedad que ha adquirido la lucha perpetua entre débiles y poderosos, la de la escritura ha sido una conquista, el robo del fuego de quienes integran las mayorías para revelarle a un tiempo no sucedido, que sucederá más adelante, las iniquidades de un tiempo que en su momento fue un doloroso presente.

Esta es otra formalidad para definir la literatura, no del júbilo, del amor o la felicidad, sino de la indignación y el dolor. ¿Cómo no sublevarnos después de lecturas sobre las cárceles, por ejemplo? ¿De cárceles peruanas, para ser más específicos? Desconocemos la abundancia de relatos, cartas, diarios, novelas, testimonios y hasta grafittis en baños y paredes que han inspirado los macabros espacios de la punición nacional, de manera especial los nacidos de las disensiones religiosas o políticas, pero tenemos algunos notables referentes literarios: Ricardo Palma, en sus «Anales de la Inquisición en Lima» (1863), que es más bien una recopilación de interrogatorios y procesos practicados por el tribunal de la calesita verde de la época virreinal; Juan Seoane, en «Hombres y rejas» (1937), un libro que muchos han olvidado, aunque tiene consistentes méritos literarios; «La trampa», de Magda Portal (1956), libro poco conocido; «El Frontón», de Julio Garrido Malaver (1966); «La prisión», de Gustavo Valcárcel (México, 1951, reeditado en 2004); «El complot», de Genaro Ledesma Izquieta (1965), sobre sus experiencias en las cárceles de Cerro de Pasco y El Sepa; y sobre todo «El Sexto», de José María Arguedas (1961), encabezan esa lista aún inexistente de la humillación como recreaciones de varias dictaduras, desde el general Sánchez Cerro y el mariscal Oscar Benavides hasta el general Manuel Odría, cuando empezó una de las etapas más oscuras del siglo XX y que duró 26 años. La otra corresponderá al fujimorismo de la que fue víctima otra vez un escritor, Jorge Espinoza Sánchez, autor del presente libro, «Las cárceles del emperador» (1ª edición, 2002), que ya ha sido reeditado nueve veces y pronto será llevado al cine por el director Federico García.

Si en esencia toda brutalidad del poder es similar, no importa cuántas víctimas deje como saldo, también se puede afirmar que el tiempo va modificando sus contornos. Es lo que podríamos llamar, poniéndonos un poco solemnes, «la dialéctica de la represión del Estado». Basta contrastar los libros citados para explicarnos cuáles son hoy los extralimites del horror, con el agregado de que el testimonio de Espinoza Sánchez es la primera versión de un prisionero de la peor dictadura que hayamos conocido los peruanos, por su tumultuosa criminalidad y corrupción: el fujimorismo o más precisamente, el fujimontesinismo. Un prisionero inocente, hay que subrayar, que pasó quinces meses y tres días entre la carceleta del palacio de Justicia y el penal Castro Castro, antes que lo liberaran. Otros, como el actual congresista Yehude Simon y el artista plástico Alfredo Márquez pasaron diez y siete años, respectivamente. Y aún siguen purgando pena carcelaria centenares, si no miles, de inocentes.

Según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2003), de la mitad de los apresados (más de 33 mil personas), el 50% era inocente. Y no todos fueron liberados después del proceso de investigación que desde 1992 extendió sus plazos, de acuerdo a la nueva legislación antiterrorista, y que fue, en parte, la causa del autogolpe fujimorista decretada en abril de ese mismo año. Más que novela o relato de ficción pues estamos frente a un extenso testimonio que tiene muy valiosos agregados. Lo de «relato testimonial» es una convencionalidad premeditada, y no una limitación creativa, ya que el sujeto literario lleva el mismo nombre del autor, facilitándonos así la presunción de que Espinoza Sánchez quería remontar la denuncia de su terrible experiencia para convertirla en una versión autobiográfica, en una memoria, aunque no tuviese la dimensión de toda su vida.
Precisemos entonces: «Las cárceles del emperador» tiene la estructura de una novela pero aspira a decir una verdad negada o vedada oficialmente porque prefiere el alegato con nombre propio para desmontar las mentiras o simulaciones de la realidad sufrida. No pretende,como Mario Vargas Llosa, aplicar a su narrativa la dosis de mentira que la convierte en novelas (aunque las mejores partes de su última obra, mezcla de ficción y biografía, «El sueño del celta», curiosamente evoca los últimos días del nacionalista irlandés Roger Casement en una prisión antes de ser ejecutado), sino al revés, aplica la estructura narrativa de una novela para decir una verdad. Y ahí ya nos encontramos, como aludí anteriormente, con una autobiografía.

Espantosa, injusta, absurda, sí. Un poeta (Jorge Espinoza Sánchez pertenece a la generación del 70 y caminó con los fundadores de Hora Zero), sospechoso de pertenecer al Movimiento de Artistas Populares (MAP), es detenido bajo la acusación de formar parte de un comando de aniquilamiento que, entre otras cosas, como se irá descubriendo al inicio de la narración, habría asesinado al general en retiro Enrique López Albújar (1990), nada menos que ex comandante general de las Fuerzas Armadas. Y en esa condición, después del primer shock que sufre el protagonista, junto a otros actores de teatro y músicos, de encontrarse atrapado por las fuerzas oscuras del poder autoritario, que ya había cometido los crímenes de Barrios Altos, de La Cantuta, de la universidad del Centro (Huancayo), y que pronto, después de la captura de Abimael Guzmán (setiembre de 1992), desencadenaría con mayor ferocidad su represalia contra quien se pusiese al alcance de su insania, antojo o sospecha, los supuestos asesinos del general sufrirán las peores humillaciones que imaginamos debieron generalizarse entre los prisioneros, fuesen inocentes o culpables. El montaje de una culpabilidad sin pruebas contra estos artistas, incluirá una deshonrosa presentación ante la prensa con traje a rayas, como se hizo costumbre en aquellos trágicos noventas desde que un Guzmán enjaulado fuera
exhibido al mundo.

Esta descripción tan minuciosa del terror, de la inmundicia, de la náusea y del castigo que se ceba con miles de seres humanos, disminuidos en la inmensa noche de una prisión, es de primera impresión la más sobresaliente virtud de la autobiografía de Espinoza Sánchez que aun cuando está estructurada y narrada como una novela, lleva el inconfundible sello del lenguaje propio de un poeta, con párrafos abundosos de diálogos muy acertados, en los que sobresalen las metáforas e imágenes emitidas por una sola voz (la del autor) a partir de un ojo minucioso y de una memoria asombrosa para recordar secuencialmente ese tránsito por el laberinto del dolor. Capítulo a capítulo, un clima hiperrealista, absurdo nos va envolviendo, con seres desesperados o resignados, también con otros capaces de extraerle a la fatalidad un pelo de atrevimiento e ironía (pensamos, por ejemplo, en el «periodista» de «Radio ») o que, pese a su envilecimiento (como la «chica Dinamita»), aún guardan gestos de una solidaridad admirable; con maltratos cotidianos, desde las golpizas hasta la alimentación nauseabunda; con ausencias hirientes (el amor de Zulma, los familiares del personaje); con abogados cobardes y jueces que se presentan ebrios a dictar una
condena; con delincuentes, traficantes, mendicantes («los pelícanos») y desquiciados hundidos en el último sótano de la sobrevivencia; para decirlo de un modo literario, con todos los personajes que habitan hoy los círculos de un infierno que Dante jamás se habría imaginado.

Lo que haya de resumir de las casi 400 páginas del libro es el mensaje que nos dejan los libros abismados en un universo que desconocemos o atisbamos apenas por las páginas o reportajes policiales de la prensa escrita y televisiva, pero que nunca esperamos sufrir. Confirmamos así que las gradaciones del horror pueden ser inagotables como el ser humano es capaz de tolerarlas en un encaramiento patético entre la sobrevivencia de los apestados por la sociedad y la muerte afrentosa.
Espinoza Sánchez, el escritor, que es a la vez el personaje, ha escrito con «Las cárceles del emperador» un capítulo más de la saga de las prisiones peruanas que aún es escasa pero valiosa porque estos libros no son elaborados por el placer de la escritura, ni su destino es complacer a los lectores. Son más bien la liberación de una tristeza e indignación sin fondo que se quiere pública y perpetua con la esperanza, hasta ahora vana, de que el futuro no encuentre replicación en otro poder abusivo y en otras víctimas. Pero la historia no aprende, eso lo sabemos bien, porque quien la construye es el ser humano, el mismo que gobierna o escribe o es encarcelado, enfrentado, él mismo, a sus múltiples versiones que van del amor a la miseria moral más espantosa.

Una liberación física y literaria de un cerco injusto y que el escritor Jorge Espinoza Sánchez entendió exactamente como una obligación de revelarnos cuando escribió «Las cárceles del emperador»: «Contemplé el horizonte con ojos febriles, acostumbrado a vivir en el fragor de la poesía, acostumbrado a transitar por los infiernos de nuestra realidad, sentía aquella prisión como la más alta y excelsa aventura de mi vida. Mis ojos asombrados todo lo escrutaban, todo lo observaban; mis retinas guardaban todos los momentos bellos, todos los horrores.
Algún día los espíritus libres del mundo conocerían nuestros gritos, crujirían las horcas al voltear cada página y ahí estaremos nosotros, olerás nuestro sudor, te salpicará nuestra sangre, querido lector del siglo XXI».
No es casual que «Las cárceles del emperador», del poeta Jorge Espinoza Sánchez, ya haya logrado vender más de treinta mil ejemplares, acaso porque, como dijimos, se trata de la primera novela escrita sobre las cárceles del régimen más corrompido y criminal de nuestra vergonzosa historia. Su testimonio no solo es conmovedor por la pesadilla sufrida, por los personajes que van delatando, siempre contradictoriamente, vileza, integridad, majestad, sabiduría, locura, desesperación, obstinación de vida, sino porque su autor ha logrado entregarnos un testimonio de todas sus vicisitudes con una precisión admirable y en el que no están ausentes altos y desgarradores tonos de poesía.

Cada tiempo inicuo tiene también un estilo de prisión que los escritores han sabido captar estéticamente para que no olvidemos la época que le dio su sentido de horror y absurdo. Es lo que garantiza perennidad a «Las cárceles del emperador». Quedará como la huella afrentosa de un tiempo que los peruanos nunca debimos merecer.

Lima, agosto, 2011


JORGE ESPINOZA SANCHEZ

Jorge Espinoza sanchez - Poeta

(Lima, 1953)

Poeta, narrador y editor. Es un notable exponente de la poesía peruana contemporánea, pertenece a la denominada Generación del 70. Su polémica obra poética está publicada en suplementos y revistas especializadas de América Latina. Poemas suyos han sido incluidos en numerosas antologías peruanas y latinoamericanas.

En 1978 publicó en México “El esplendoroso regocijo de la nueva poesía peruana” (Ediciones La Carpa). Su obra ha sido estudiada en “Historia de la literatura peruana” (Augusto Tamayo Vargas, Editorial Peisa 1993), “Historia de la Literatura Peruana” César Toro Montalvo, (Editorial San Marcos 1996). Ha sido considerado como uno de los peruanos ilustres del siglo XX en el Diccionario Histórico Biográfico, Peruanos Ilustres (A.F.A. Editores, 1999).

Jorge Espinoza Sánchez además es un dinámico promotor de la cultura peruana a través de la empresa Fondo Editorial Cultura Peruana de la que es fundador y director. Dirigió la Exitosa colección Perú Lee.