Regreso
al otoñal rostro de mi pueblo
y miro la expresión sonora del paisaje:
una carreta
halada por un burro,
halada por un burro,
un niño
mendigando una sonrisa,
mendigando una sonrisa,
el atrio de la iglesia;
en donde até mis sueños
cabalgando una mañana.
cabalgando una mañana.
Recuerdo:
los días presurosos del pan fresco,
el pescado frito
en la piedra primaveral
de mi abuela eterna.
de mi abuela eterna.
La Sabila emblemática
del jardín confeso,
del jardín confeso,
la silueta del viejo leñador
tomando chicha en el kero del olvido.
Cataccaos
es un rincón de amor
entre el desierto y el valle,
entre el desierto y el valle,
una pieza mortal
del Tallan redimido,
del Tallan redimido,
una cortina de tiempo,
entre mi vida y sus calles.
Es la constelación de mis años vividos,
Es la constelación de mis años vividos,
una canción de amor construído en el misterio.
He llegado a tu última calle,
al vestigio ancestral de mi familia,
al vestigio ancestral de mi familia,
y comprendo
por qué el tiempo
no da pausa a la añoranza;
solo queda el silencio
de los espacios recorridos,
de los espacios recorridos,
la música que guarda
el amanecer tardío.
el amanecer tardío.
He mirado el río,
contaminado
por el tiempo
de la modernidad inútil,
de la modernidad inútil,
y he llorado,
acariciando los peces
que guardaba entre mis manos.
que guardaba entre mis manos.
He recordado
al loco vestido de cazador de sueños,
al loco vestido de cazador de sueños,
a la prostituta ocasional:
celebrabando juntos el día del orate,
ganándole risas al tumulto,
hoy muertos en la espesura de su tiempo.
También recorrí el cementerio,
en donde escondí
los arrebatos de mi juventud rebelde,
los arrebatos de mi juventud rebelde,
el silencio cómplice
de mis primeros amoríos,
de mis primeros amoríos,
los huesos eternos
de mi buena gente.
de mi buena gente.
He retornado
al pueblo de mi carne
al pueblo de mi carne
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