No es la cortina finita
en el umbral perseguido
de los dolientes humanos,
es la cascara oculta
de los odios olvidados,
la ceniza fúnebre
en el envoltorio eterno de los sueños.
Eras tú
en el misterio oculto
de los olvidados,
una copa de vino agrio y eterno,
copioso,
pálido- azul
en el paladar del mutilado.
Eramos cosas distintas:
un látigo incrustado,
una campana inútil
rompiendo el sonido estéril
de las palabras.
Eramos el espejo
de los penitentes,
el faro oculto de los náufragos,
la vela inerte de los invidentes,
la canción efímera
de los condenados a morir de amor.
Tú y yó
como en una barca sin timón
con el rumbo
suspendido en el espanto,
bebiendo yo
de tu leche maternal,
escudado del sol
que quema mis entrañas.
Allí estaremos
como en un presagio,
eternos y soberbios,
muertos de amar
en el mar de los deseos.
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