Del mar a la costa,
mediaba la tormenta,
y los hombres del Dios,
remaron hasta abatir los vientos;
y él surcaba con sus ojos
el horizonte plano de mis comarcas,
para asentarse entre el valle y el desierto.
Era la hora diluviana
para calmar los tiempos
y construir los sueños
deletreando en las semillas.
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