sábado, 26 de diciembre de 2015

Tiempos del manicomio







Quería mirar la burbuja de tu tiempo,
deletrear el espejismo de los nombres cincelados en tu piel,
atisbar en los ventanales rotos por la furia,
celebrar los libros aupados en la memoria de los patios.

Hoy, 
no hay cortina de niebla en el ojo eterno del océano,
solamente un candil alumbrándote la piel,
el brillo porcelana de tus senos,
la mágica actitud de los pelícanos,  
volando en círculos queriendo besar tu cabellera. 

Amaneció el café servido en una mesa nutrida de ausencia,
en un jardín sembrado de recuerdos y vacíos,
de querencias eternas guardadas en féretros de cal. 
No bastaba un beso,
era necesario mostrar el musgo,
la brisa mojando el rostro de los transeúntes.   

En esta estancia, 
los locos tienen recuerdos de estaciones y cánticos,
de músicas guardadas en su desvarío,
de guitarras rasgadas en ademán de furia contenida.

Amaneció el café servido 
y en cada sorbo se precipitó el llanto,
tornándose cuerda la melodía del recuerdo.



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