A Miguel Hernández en el centenario de su gloria
Es oscuro sembrar.
Es oscuro sembrar, tal como suena la palabra,
construír solamente con las manos,
sintiendo como vuelan
desde lo profundo:
el grito y su plumaje de pueblo y de bandera.
Es oscuro lo dicen las semillas,
el arado,
el pantalón harapiento y la comida.
Ausente en el propio sueño,
es oscuro conversar,
herir con la sonrisa
nidales y overoles proletarios,
queriendo conducir multitudes a la Aurora.
Es oscuro llorar.
Es oscuro,
cuando el agua mutila los aromas
y hace falta,
emigrar y emigrar para seguir sembrando.
Lo dicen nuestros muertos,
la cuchara y las sombras,
el polvo de los libros disecados por la lluvia.
Horadamos como enterradores
y nos entierran,
cantamos,
nos prometen la gloria,
los niños comulgan en el alba
y mueren por las tardes fusilados.
Es oscuro gritar.
Es oscuro gritar,
mientras nos siguen quemando los ojos,
mientras la boca se abre,
y el estomago invita,
insectos de verdor y de vigilia
al velorio profundo de la carne.
Es tal cómo suena el río
cuando arrastra piedras,
y las piedras
es todo lo que sigue muriendo en las plazuelas,
alegremente
como pájaros anunciados por el trueno.
Es oscuro caminar.
Es oscuro y es grande,
es rojo y es del pueblo,
es ancho y es de Patria.
Es tal vez oscuro?
No!
No es oscuro si cantamos,
y marchamos de entre las ruinas de la patria
para que brille toda la luz del oprimido.
No es oscuro!
Oscuro el cerebro de los infames y traidores,
oscuro el corazón del magistrado,
pútrido y esponjoso
el cerebro de todos los coyotes.
Oscura,... como en una noche de cuervos,
la mano del que nos explota hasta la muerte.
Grande,
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