Una escala de sueños y emociones,
de cartas inconclusas,
de distancias sin recorridos,
de esperanzas rotas,
de canciones aprendidas
en el dolor y en la muerte.
Eramos un manojo de llaves
para abrir nuestras puertas
en la prisión de los recuerdos,
de los oscuros testigos
que acuchillaron la noche
con el grito desgarrado.
Y no bastaban las súplicas,
era la razón de nuestras cadenas
forjadas en el llanto,
en la rebeldía de escribir
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