No intentes presagiar el tiempo
escondiendo la tristeza,
sería inútil cultivar el aroma de los nogales,
simplemente añorando un manuscrito de despedida
en cartas garabateadas;
conteniendo escenas de músicos deformes,
llantos reprimidos,
mirando fijamente una pintura de formas extrañas.
Sería inútil verter una lágrima
en el silencio cómplice de los grises balcones
de la estancia urbana.
Sin comentar los diarios
en su rostro de noticias macabras,
de cuerpos sanguinolentos
ofendiendo la rutina de mis ojos profanos.
De los ruidos molestos
de los conventos satánicos;
en la corta distancia de los sueños,
está el frío delator de los desnudos;
la soledad portentosa de la agonía.
Y se leen proclamas de anuncios imposibles,
de quimeras ocultas en frases apretadas al vacío
en partituras de odas grotescas y fúnebres.
Es el ruido de la muerte
royendo el cráneo de los transeúntes,
el vidrio de los gigantes que se apoderan del paisaje.
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