Aquí estamos
aterrados de ver las sombras destruirse,
colgados de alambradas filosas,
entre dientes y jaurías demoniacas.
Somos cartas de azucenas,
de colores difusos,
entre arenas y hojarascas;
pinturas borrascosas
diferenciadas por el lienzo.
Y hemos descendido
al origen de la especie,
a ser llanura en los abismos,
o ser distancia entre las brumas.
Somos el armazón sonoro
de los campanarios sangrientos,
en donde se colgaba la inocencia
de los hombres sabios;
de los que desafiaron a Dios
descubriendo su ignorancia.
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