En el trance
de vivir en el silencio
hemos aprendido a celebrar
los ecos de la piedra
la metálica quietud de las aguas
descendiendo
poco a poco a borbotones.
Es una dimensión
de formas alineadas
entre huesos y nidales
sobre rieles y canciones
bajo puentes y alamedas.
Es la rutina de los cuerpos
en sobresaltos
descubiertos
en cobijos
de almendros y guayabas
de flores tejidas
en libros sin misterios
abiertos en imágenes
de sepulcros profanados.
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