La escena rutilante
acompaña al miedo en la mirada,
cruza el valor de los instintos,
los maderos en su cimbra
al armazón de los sepulcros.
Y en las ventanas
los rostros
definen la elasticidad del tiempo,
el color de los vacíos
en los vértices sagrados.
Languidece el vocabular sonido
agrietando el silencio
entre campanas rotas
en un amanecer sin llanto.
Los contrarios se aferran
a lúgubres graznidos
anteponiendo risas
al aleteo fugaz de los arácnidos.
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