Tiene el recuerdo
un espacio de tiempo
abrazado
al racimo oculto de los sueños,
tiene actitud de presagio,
de límite inverso
entre el pasado y el futuro.
Una constelación de vida
oculta en el desván de las miradas,
de aquellas que guardamos
en las partidas inesperadas
de los días marcados
en nuestra rutinaria existencia.
Los recuerdos
golpean de tristeza y de alegría
los días aciagos,
las voces dulces de los niños;
el ladrido inmenso de los canes rutilantes.
Los recuerdos bostezan
marcando nuestra mente,
incinerando las páginas guardadas,
los lienzos ocultos
en la razón de los paisajes;
sí, de aquellos
que han marcado de vida
nuestra efímera existencia.
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