jueves, 24 de noviembre de 2011

Confesiones a la historia






En el fragor de los tiempos se escribió la historia
para entender el dilema de los seres;
y en cada brecha se describieron batallas,
miserias, odiseas, celebraciones,
canciones, multitudes y romances.

Era la transcripción de acciones sucedidas,
de campos de batallas en banquetes de opulencia,
de hambrunas multiplicadas con el llanto de los oprimidos.

Era entonces, la historia sucedánea,
la de las revueltas, 
la de los conjuros, 
la de las sutilezas y traiciones.

Hoy, se repite el guión de los hechos,
y se transmutan los mismos escenarios,
las mismas poses, los mismos reclamos;
los trajinados ayes que convulsan  los silencios,
las páginas borrosas de la nueva historia,
preñada en la censura de los escribanos cortesanos
del sistema establecido.

Y nos preguntamos atónitos,
concisos y ermitaños:
¿En dónde quedaron los gritos 
que atenuó el silencio?

¿En dónde radica 
la paridad del amor y del odio,
cobijado en la mirada desgarrada 
de los hambrientos?

¿Quién coronó de gloria 
a los que asesinaron la inocencia 
de las mariposas
y mutilaron las alas 
de colibríes sublevados?

¿Quién se robó el grito de los mudos 
y la mirada ausente de los ciegos
para silenciar el sepulcro de los condenados?

¿Quién nos gobierna, 
a pesar de la anarquía?

¿Quién nos quita el aire, 
la pradera y el manantial de las comarcas?

¿Quién nos persigue en cada página, 
en cada frase, en cada verso?

Y por último:
¿Quién nos condena a seguir soñando 
a pesar del Holocausto,
a pesar de las masacres, 
celebradas con aplausos 
en las sesiones de la ONU?

¿Quién, quién, quién, quién?



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