Te escribo en carcajadas
una alegría inmensa de soñar,
de ser terrenal
como el musgo y la floresta,
de ser umbilical,
de seguir siendo humano
a pesar de los destierros,
de seguir amando
no obstante los olvidos.
Y ahí, en las reminiscencias,
nuestros nombres
son el abrigo ceremonial de los preludios.
Estamos en el coloquio de los pasos,
y la distancia
es un vacío gramatical y filosófico,
que adultera el espacio
de las formas amorfas,
y nos convierte en esculturas
pétreas y sedientas.
Seguiremos tardíamente
anidando en los suburbios,
hurgando en los tachos de basura
para redimir la especie;
y recordar que somos parias
en una civilización
de inmigrantes sin retorno.
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