lunes, 21 de diciembre de 2009

Los funerales del miedo



No es la lápida fría, incierta y frágil con la que adornaron el cuerpo sepulto del villano. Era la multitud irredenta, sórdida y escalofriante que lo acompañaba. Era un funeral del miedo recíproco, de ademanes inciertos, de miradas burlescas y asesinas, de brillos fulgurantes.
Eran las propias voces, las palabras cortitas, la pausa en el aliento y el silbido copioso que salía de sus narices congeladas y apestosas por ese hedor a morgue provinciana. Era todo lo que representaba en su escena siniestra; esa cortina de sombras fugaces, de mentiras ataviadas en el negro vestir de los personajes presentes: políticos farsantes, alcohólicos perseguidos por su propio anonimato; prostitutas excomulgadas de todas las religiones; mendigos aprendices de rufianes; pintores flagelados por sus propias obras; y poetas escribanos de sentencias de muerte, y también periodistas de tabloides de cantinas y cloacas, de noticieros de espanto y de canalladas escénicas.
Era una maldita histeria, de personajes sin piel ni sombra; perseguidos por su hedor a carne chamuscada; a carroñeros de estirpe, que vociferaban estrofas de himnos satánicos y degradantes.
Eso era, y lo quiero decir sin temor ni aliento: el funeral de Alberto Fujimori, el más grande violador de los Derechos Humanos en el Perú.