miércoles, 27 de enero de 2010

Río Sabio



No es la lluvia lo que rima
en el espacio, los sonidos,
son las voces
y el instinto natural de las palomas,
es la brisa
del mar distante,
el húmedo aroma
de los jardines siniestrados,
y la copiosa arena
que golpea nuestros rostros.

Es todo este vasto horizonte
tan distante y oculto,
que se filtra en los ojos
azotados de la anciana,
que se nutre
en el llanto
vespertino de los niños y,
que incinera los paréntesis
ocultos de la niebla.

Yo soy el que escribe
atado al viento
una proclama,
no le temo
al hedor de las guadañas,
pero escribo.
Y mis canciones
son el gozne matinal
sublevando el campanario.

Escribo
y de las letras profanas
salen corriendo
personajes ataviados
de herejías y proclamas.
Ellos son los que subvertirán
el orden de los fariseos
los que redimiran la prole
y nos llevaran hasta el gran monte
dinamitando la mañana.
Descubro entonces,
que es un sueño,
y de los altares bajan ancianos,
con túnicas blancas,
de melenas impuras;
tatuados de iconografías moches,
bebiendo a sorbos
la sangre de los vencidos.
Despierto
y entre el umbral y el peñasco
el gran río canta,
y serpentea
entre los arenales eternos de mi patria.

miércoles, 13 de enero de 2010

Desde el peñasco



No es el mar ni su sombra,
es el sombrero,
el arrécife incrustado
en su rostro perseguido.

Es la letra oculta

en el abecedario
rebelde del desierto,
ahí donde se incrustó

tu espina doliente con mis manos,
ahí donde amamos

la hojarasca loca de los algarrobos,
ahí donde despeiné tu virginidad

alocando la mañana,
entre el umbral y la peña

de ese río entre tus piernas.

Ahí nos amamos a gritos

y a los placeres ocultos,
entre candiles de arrebatos de sol

y de  estrellas siniestradas:

Eramos los brazos

que apañaron el algodón virginal
de mis comarcas
tan distantes y ocultos.

Sonriendo entre cobachas

de juncos y zahumerios.




miércoles, 6 de enero de 2010

Del amor al espanto






No es la cortina finita
en el umbral perseguido

de los dolientes humanos,
es la cascara oculta

de los odios olvidados,
la ceniza 
fúnebre
en el envoltorio eterno de los sueños.

Eras tú
en el misterio oculto

de los olvidados,
una copa de vino agrio y eterno,
copioso,
pálido- azul

en el paladar del mutilado.

Eramos cosas distintas:
un látigo incrustado,
una campana inútil

rompiendo el sonido estéril
de las palabras.

Eramos el espejo

de los penitentes,
el faro oculto de los náufragos,
la vela inerte de los invidentes,
la canción efímera

de los condenados a morir de amor.

Tú y yó

como en una barca sin timón
con el rumbo

suspendido en el espanto,
bebiendo 
yo
 de tu leche maternal,
escudado del sol

que quema mis entrañas.

Allí estaremos

como en un presagio,
eternos y soberbios,

muertos de amar
en el mar de los deseos.