martes, 29 de junio de 2010

Versos del amor ocasional





En esta sombra
se comparte el ritual de los escombros
el paisaje inerte de los cuerpos flagelados
la piel maciza en el retrato del misterio.

No me mires en el recuerdo
besame en el sepulcro de tus sueños
abrazame en el calor de tu piel
y nutreme de  tu vid
para beber el vino de tu tiempo.







Cataccaos pueblo mio



Regreso
al otoñal rostro de mi pueblo
y miro la expresión sonora del paisaje:
una carreta
halada por un burro,
un niño
mendigando una sonrisa,
 el atrio de la iglesia;
en donde até mis sueños
cabalgando una mañana.

Recuerdo:
los días presurosos del pan fresco,
el pescado frito
en la piedra primaveral
de mi abuela eterna.
La Sabila emblemática
del jardín confeso,
la silueta del viejo leñador
tomando chicha en el kero del olvido.

Cataccaos
es un rincón de amor
entre el desierto y el valle,
una pieza mortal
del Tallan redimido,
una cortina de tiempo,
entre mi vida y sus calles.
Es la constelación de mis años vividos,
 una canción de amor construído en el misterio.

He llegado a tu última calle,
al vestigio ancestral de mi familia,
y comprendo
por qué el tiempo
no da pausa a la añoranza;
solo queda el silencio
de los espacios recorridos,
la música que guarda
el amanecer tardío.

He mirado el río,
contaminado
por el tiempo
de la modernidad inútil,
y he llorado,
acariciando los peces
que guardaba entre mis manos.

He recordado
al loco vestido de cazador de sueños,
 a la prostituta ocasional:
 celebrabando juntos el día del orate,
ganándole risas al tumulto,
hoy muertos en la espesura de su tiempo.

También recorrí el cementerio,
en donde escondí
los arrebatos de mi juventud rebelde,
el silencio cómplice
de mis primeros amoríos, 
los huesos eternos
de mi buena gente.

He retornado
al pueblo de mi carne
y he puesto a descansar
en sus calles mi osamenta.