A veces el llanto cubre de hojarasca la tristeza
redime el dolor de los ausentes
y puebla de canciones
mis comarcas.
Soy del triste camino
el juglar
el combatiente
la pétrea sombra de lo ancestral
la metálica vestimenta de los curacas redimidos.
Miro la espaciosa cortina de los acantilados
y sospecho
que los encadenados al sol
son los mismos prisioneros incrustados en las rocas
muertos del espanto de los dioses
mutilados entre vasijas y tambores.
Son los guerreros del ande
los que domaron la piedra con el agua
alegres surcadores
orfebres del volcán y la tormenta:
ellos son nuestra cultura ataviados de fuego
de lluvia y de arena
conquistaron mi desierto deletreando la mañana.
Se ha roturado el gran patio,
y de los viejos campanarios atisban presurosos
los veteranos de la nada.
Son los mismos,
los viejos fantasmas de melenas impuras,
los barbudos del fraude dialéctico;
los de la liberación consumada
en cantaros de vino y en páginas borrosas.
No se espanten de sus discursos guturales,
de sus ademanes inciertos,
de tantas titilantes canciones efímeras;
ellos son
los que prometieron el paraíso socialista
y hoy sucumben bebiendo el vómito de los burgueses.
Ellos son: disfrazados de cambio
pero siempre son lo mismo,
veteranos de la nada;
ocultos en mantas ataviadas de lujuria,
ebrios penitentes de auroras mutiladas.
Quiero por eso espantar la noche,
beber de nuevas fuentes;
romper la inercia de las frases olvidadas
y pintar el viento atormentando la mañana.
Ser de los árboles
las hojas confundidas en mil pájaros,
la nieve oculta en el marasmo de lo nuevo;
el tic tac musical de los relojes confundidos,
el surco abierto en los nuevos horizontes.
Quiero ser
algo distinto:
amante redimido de la libertad perpetua,
vela de mi barco y viento de los mares;
solitario combatiente entre flores y marañas,
escudo de mi sombra perseguida
y lluvia tormentosa en la llanura.